En debates sobre la eutanasia resulta fácil escuchar frases como esta: “una cosa es matar a las personas, y otra distinta es ayudarles a morir cuando lo desean por motivos razonables y serios”.
La frase es sumamente ambigua y engaña a más de un incauto. ¿Cómo entender la fórmula “ayudar a morir”? ¿De qué tipo de “ayuda” se trata?
Los defensores de la eutanasia saben perfectamente bien qué están pidiendo con la fórmula “ayudar a morir”. Quieren que sea lícito que algún médico, enfermera, familiar, amigo o funcionario público, pueda provocar la muerte (esperamos que de forma indolora) de un enfermo en fase terminal o de alguna persona sana que no es capaz de suicidarse por sí misma y pide “ayuda” para dar el paso hacia la muerte.
En realidad, esta “ayuda a morir” es, simplemente, matar. Porque hacer algo que provoca la muerte, sea a escopetazos, sea con una inyección tóxica, sea con una bolsa de plástico que provoca la asfixia, sea con privar de alimentos a un enfermo inmovilizado, es siempre lo mismo: matar.
Necesitamos, entonces, plantear las cosas con toda su crudeza y claridad. Discutir sobre la eutanasia significa responder a esta pregunta: ¿puede un estado aprobar leyes que permitan a algunas personas matar a otras?
Los defensores de la eutanasia dirán que en tales leyes habrá indicaciones muy claras para evitar cualquier abuso, con garantías y controles bien definidos. Según ellos, no todos tendrían “derecho a la eutanasia”.
La eutanasia sería sólo para quienes la piden de modo lúcido y constante, para quienes tienen enfermedades incurables y graves, para quienes sufren mucho. Sería aplicada bajo severos estudios médicos, ante el juicio de dos o tres peritos, en las máximas condiciones de higiene, con sistemas que eviten cualquier forma de dolor...
Pero todas esas garantías y otras más que se puedan añadir no quitan el hecho duro y crudo: aprobar la eutanasia es otorgar a algunos el permiso para matar a otros. A otros que viven en el dolor, o la desesperación, o la soledad. A otros que podrían no pedir la muerte si tuviesen a su lado más amigos y menos aparatos, más caricias y menos burocracia, más calmantes bien dosificados y menos papeleo para recibir las curas básicas que merece todo ser humano y, de modo especial, todo enfermo.
Una pregunta abierta para todos quien tiene el derecho a decidir cuanto dolor puede soportar el enfermo, los familiares que desean que siga viviendo, dandole tratamientos dolorosos o el enfermo que es el que esta sintiendo toda la tortura y dolor, quien decide cuando es tiempo de descansar-
No hay comentarios:
Publicar un comentario